Crece rápidamente un clima de preocupación e incertidumbre mundial por la radicalización de las posiciones entre Rusia, por un lado, y de EEUU y algunos aliados europeos miembros de la OTAN, por otro, en relación al destino de Ucrania.
Putin fue el primero en mover las fichas desplegando tropas en la frontera occidental de su territorio, en el límite con Ucrania, aunque de por medio se encuentre la región del Donbass, cuyas repúblicas (Donetsk y Lugansk) reclaman la independencia.
Aparentemente, según el ministro de asuntos exteriores de Rusia Serguéi Lavrov, también habría habido conversaciones para establecer acuerdos bilaterales de Ucrania con los estadounidenses y los británicos para la instalación de las bases militares en el mar de Azov, lo que sería “inaceptable para Moscú”.
El Kremlin también ha considerado, los levantamientos obreros y populares de Bielorrusia y de Kazajstán como actos de agresión e injerencia externa de las potencias occidentales en países de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), que además de Rusia, es integrada por Armenia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán.
El principal argumento esgrimido por la diplomacia rusa, lo que impulsó a Putin a desplegar las tropas, es el posible ingreso de Ucrania a la OTAN, y por lo tanto la segura instalación de misiles nucleares en su territorio apuntando a Moscú, a una distancia de 7 a 10 minutos. Esto implica -tal como lo alerta Putin- que se termina de hecho el equilibrio nuclear que hipotéticamente podría impedir el uso de armas nucleares, al haber paridad de fuerzas y existir el mismo riesgo de posible represalia para la potencia que decidiera atacar primero. Es decir, EEUU podría atacar a Moscú con misiles instalados en Ucrania o Polonia, con misiles harían blanco en pocos minutos, sin correr el riesgo de sufrir una represalia rusa.
La raíz de este conflicto hay que buscarla en la política desarrollada por EEUU en Europa del Este. Junto con sus aliados europeos, EEUU impulsó la expansión de la OTAN hacia el este incorporando países que habían sido parte de la URSS, pocos años después de que esta se desintegró. Así en 2004 la OTAN incorporó a diez países, de los cuales ocho eran de la Europa oriental: Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, República Checa, Hungría, Eslovaquia, Eslovenia, (más Chipre y Malta). Y tres años después, en 2007, se incorporaron Rumanía y Bulgaria.
Paralelamente al fortalecimiento de Europa como bloque económico, y la emergencia de China como potencia productiva y comercial, EEUU entró en un proceso de decadencia que pone en riesgo su hegemonía mundial, la cual era incuestionable desde la segunda postguerra, pero se ha ido debilitando.
Esta situación se da en un marco de crisis económica general, como consecuencia de la caída tendencial de la tasa de ganancia capitalista, crisis que ha tenido picos depresivos en el año 2000 con la llamada crisis de las punto.com y en 2007-8, pero que se trata de una crisis que como no encuentra salida desde el punto de vista económico, por las potencias que disputan el mercado mundial y los incentivos económicos aportados por los estados para sostener a las grandes corporaciones, se orienta inevitablemente hacia una nueva tercera guerra mundial. Esto es inclusive corroborado por los documentos del Pentágono que hace años abandonaron al “terrorismo” como enemigo estratégico para ubicar en ese lugar los posibles conflictos militares entre “grandes potencias”
Hoy en día EE-UU tiene una fuerte competencia comercial de China, pero esa no es su principal preocupación ya que una buena parte de las exportaciones chinas provienen de las empresas norteamericanas y asociadas que invirtieron en ese país. La principal preocupación de EEUU es el desarrollo tecnológico chino, que ha avanzado a paso acelerado, y que tendría implicancias militares, pudiendo equiparar su potencial bélico, por lo menos en un plano regional.
EEUU ha iniciado hace unos años (ya bajo el mandato de Obama, con el giro hacia Oriente) una política para presionar y cercar a China, centrada en la libre navegabilidad del mar del sur de China y en defender la autonomía de Taiwán, territorio que Pekín reivindica como parte constitutiva de su nación y cuya soberanía está dispuesto a recuperar a corto plazo, inclusive apelando a medios militares si hiciera falta.
Este es el conflicto principal. Pero resulta que, mientras tanto, China y Rusia han reforzado su alianza tanto comercial como militar, a la que han incorporado también a Irán.
Por su parte Rusia, al concretar la instalación del gasoducto Nordstream 2 ha dado un paso significativo al fortalecer la relación de su país con Europa, en particular con Alemania y Francia, dos países de histórica relación con Rusia y cuyas burguesías fueron las principales inversoras en el proceso de restauración capitalista ruso. Según estima The Economist, los bancos de Europa occidental (principalmente de Francia) tienen 56.000 millones de dólares en empresas rusas. Las empresas europeas, principalmente alemanas, francesas e italianas, tienen 310.000 millones de euros colocados en empresas instaladas en Rusia. Hay por lo tanto una relación económica muy estrecha, y EEUU busca que esa relación no se transforme en alianza política y militar.
La relación de dependencia que Francia y Alemania tenían con EE-UU se fue quebrando con la recuperación económica de postguerra y principalmente con el tratado de Maastricht (1992/93) y la constitución de la Unión Europea (fines de 2007/09) para competir en el mercado mundial con el capital yanki. Desde la caída de la URSS Alemania y Francia (a quienes los yankis llaman “la vieja Europa”) han ido tomando más distancia política e inclusive planteado la necesidad de independizarse desde el punto de vista militar, creando un ejército europeo paralelo al de la OTAN. Si bien este objetivo ha avanzado muy lentamente, ha encendido luces amarillas o anaranjadas para EE-UU. Si se fortaleciera la relación político-militar de Alemania-Francia y Rusia habría ahí otro competidor de mucho peso.
De allí la intervención de EE-UU y sus aliados europeos sobre Ucrania, apoyando la revolución naranja (2004) y el Euromaidán (2014), propiciando el cambio de gobierno por un presidente “prooccidental” que permitiera colocar a Ucrania en la órbita de la OTAN, y sirviera en consecuencia como cuña entre Rusia y el eje Alemania-Francia.
El objetivo militar principal de EE-UU no es Rusia, es China. Sobre Rusia su política es meter la suficiente presión que le permita, por un lado, inducir a su neutralidad en caso de guerra de EE-UU con China. Y por otro en obstaculizar una posible alianza entre Rusia y Alemania-Francia.
La política de EE-UU, en principio, no es llegar a una guerra con Rusia. Pero los acontecimientos tienen a veces una cierta dinámica que hacen posible prever un enfrentamiento militar.
Es que Rusia ha desplegado su ejército de manera amenazante en la frontera de Ucrania, haciendo creíble la posibilidad de una invasión. Las peticiones de Rusia para desescalar, las garantías de seguridad que exige a EE-UU y Europa son imposibles de acceder.
Y si bien ahora los europeos dicen que no había planes inmediatos para incorporar a Ucrania a la OTAN, el Acuerdo de la Asociación entre Ucrania y la Unión Europea (que entró en vigencia el 1 de enero de 2016), además de la “paulatina integración económica y jurídica, compromete a ambas partes a promover una convergencia gradual hacia las políticas de seguridad y defensa de la Unión Europea”.
Aunque Rusia argumenta razones de seguridad nacional, actúa en Ucrania de modo imperialista, considerándola un espacio vital de su escudo de defensa. Ha ido bastante lejos al desplegar las tropas, a tal punto que se sentirá como un duro retroceso si se tiene que replegar sin haber conseguido alguna concesión sustancial en las exigencias planteadas.
Si ante la respuesta negativa de EE-UU y la OTAN decide invadir, entonces la pelota estará en el bando yanki. Si esa posibilidad es real, se debe seguramente a la caracterización evidente de las divergencias entre EE-UU y Europa y a la debilidad relativa del actual presidente norteamericano, tanto en relación a sus aliados europeos como al interior de su propio país.
Sin embargo, es muy probable que, ante una invasión rusa a Ucrania, las diferencias entre los aliados de la OTAN queden de lado para dar una respuesta unificada a un acto de guerra en plena Europa.
Habrá que ver si la intervención de mediación propuesta por Francia y Alemania con Ucrania y Rusia (llamado formato de Normandía) puede encontrar una salida diplomática. En este caso, las nuevas rondas de discusiones propuestas, hacen que el tiempo corra contra Rusia, diluyendo la amenaza de invasión como elemento de presión. Ya que, si bien las tropas rusas están en posición de invadir, más bien lo que parece es que Putin también fue a buscar una negociación con el arma desenfundada.
EEUU deja correr la intervención de Francia y Alemania para abogar por una salida negociada, ya que, si Putin finalmente decidiera invadir, algo que no se puede descartar totalmente, ello obligaría a unificar la respuesta de los miembros europeos de la OTAN, incluyendo a Francia y Alemania, con la de EE-UU, alineando a los socios que aun hoy no están de acuerdo ni siquiera en las sanciones económicas a imponer. Y además cualquier acción contra Rusia tendría efectos adversos para Europa, empezando por la suspensión de la certificación para habilitar el funcionamiento del gasoducto Nordstream 2, que es clave para el abastecimiento de gas para Alemania y otros países de Europa. Es la misma jugada que hizo EE-UU en el caso de las sanciones a Irán, golpeando a dos bandas, ya que también allí fueron afectados los intereses del imperialismo europeo.
Si esta guerra se desencadena ahora o no, lo cierto es que las condiciones económicas y políticas para un enfrentamiento bélico mundial están cada día más maduras. Las declaraciones de los altos mandos de las principales potencias y de los países inicialmente involucrados, han ubicado esa posibilidad en un término de muy pocos años de dos a cuatro.
Obviamente, en este caso, no se puede apoyar la política de Rusia que, para asegurar su defensa y dado su poderío militar y en armamento nuclear (heredado de la URSS), pretende someter a los países de su periferia, y en este caso particular invadir y sojuzgar a Ucrania. Sin ser un país imperialista, esa es una manera imperialista de pretender garantizar su defensa. Tampoco, y menos que menos, podemos apoyar la política imperialista de EE-UU y sus aliados europeos, o de la OTAN, que usan a Ucrania como plataforma territorial para amenazar a Rusia.
Otra variante por medio de la cual Rusia busca recuperar el equilibrio armado, es colocando misiles nucleares en Venezuela, Nicaragua y Cuba. Con ello queda en evidencia que, ante una nueva guerra mundial, no habrá lugar para países neutrales, ni en América Latina ni en ninguna parte.
La realidad es que solo la movilización revolucionaria de los trabajadores y los pueblos del mundo pueden evitar una guerra, tanto la que está planteada en este momento en Europa, como más en general, la guerra mundial cuya perspectiva se acerca. Sólo con la revolución socialista triunfante en varias de las principales potencias imperialistas se podría impedir la guerra. Debemos explicar pacientemente esta situación y la perspectiva en un período próximo de una nueva guerra mundial a la que nos arrastra el imperialismo en su decadencia, amenazando a la humanidad con un holocausto de incalculable magnitud.
Es por eso que no hay tarea más urgente para la vanguardia obrera, de la juventud y el pueblo pobre y oprimido, que construir partidos obreros revolucionarios, basados en el marxismo, leninismo y trotskismo, como secciones de un partido mundial, de una Internacional Obrera Revolucionaria.
Comité de Enlace Internacional (CSR-ETO Venezuela; PCO Argentina; FSR Bolivia) y revista El Porteño de Valparaíso, Chile.
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